lunes, 1 de septiembre de 2014

Soneto a la dama ilustre.


Ella viste lino rojo, y una sombrilla en la mano.
Y al cruzar por Alcalá, junto a unos chavales moros,
le recuerdan sus piruetas cómo se lidian los toros,
allí, sobre la glorieta, con su amanecer temprano.

Airosa la dama cruza, va rumbo de la Cibeles.
¡Ay dolor del alma mía! ¡Qué guapa la ilustre dama!
Mi corazón se estremece y en el pecho se derrama,
viéndola rociar del agua un manojo de claveles.

La fuente tiene sus luces y le iluminan la cara.
Los surtidores le bañan su sonrisa nacarada,
y el brillo de sus aretes, y las perlas de su tiara.

Y yo la miro extasiado, con el alma embelesada.
Pero ella mira la fuente, como si yo no importara.
¡Ay madre mía del alma! ¡Si de mí se enamorara! 

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