jueves, 2 de octubre de 2014

Aquél vino de ayer.

Te besará alguna noche con gran pasión otra boca,
y dirás alegremente que el amor tocó a tu puerta.
Y en la elocuente premura de tu reincidencia loca,
cerrarás esas cortinas de la ventana entre abierta.

Y serán aquellas horas de amor y pasión ardiente
esas notas descendentes de tu temprano cansancio.
Ese loco devaneo que muere con el poniente,
en el sabor decadente que te deja un vino rancio.

Más fue grandioso aquel vino que bebiste de mis labios,
transformado en un agravio y en una sed persistente.
Pero cuán dulces y ardientes suelen ser los besos sabios
porque la vid de mis labios tiene un sabor diferente.

Y no creas si te dicen que lloro como un fantoche.
Yo tengo la gallardía y la altivez del cerezo.
Mujer de nublados días, mujer de la fría noche,
pues aunque falte la lluvia, no moriría por eso.

Y en un verano caliente o algún invierno tardío,
te mirarás al espejo sin el vano maquillaje.
Y verás solo una sombra. Un burlesco personaje
arrastrando su equipaje por un sendero vacío.

Como aquel amigo mío que nunca supo entender
que un capricho de mujer sería su final castigo.
Y ahora solo te digo, por ese cruel proceder,
no me vuelvas a querer. No puedes contar conmigo.


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