La luna canta su
copla cuando aparece la noche
y se arrulla con
su voz la intrépida madrugada,
que pasa tan
afanada con ese vago derroche.
Un lucero le
acompaña con su fulgurar eterno,
con ese abrazo
fraterno y su resplandor tan breve,
pues ha
llegado la nieve para vestirle de invierno.
Mil
luciérnagas y grillos anuncian otra alborada.
Y el aire, con
su mirada y su merodear impío,
se va llenando
de frío sobre la yerba mojada.
Y a lo lejos,
la cúpula resaltada del ingente campanario,
que atesora viejas
notas en la bronceada campana,
que cantará de
mañana con su tañer un rosario.
Y llegará a la
misa un fiel llevando un pecado.
Con el corazón
truncado por una pena sombría
pues ha llegado otro día, como el que ayer ha pasado.
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