Bajo la encina
tendí una manta.
La fresca
sombra nos cobijaba.
Desnuda estaba
la hermosa Arminta
y con sus senos
me acariciaba.
Junté unas
flores de azahar
que hallé
brotando de las montañas,
y en su
cabello formé marañas,
y al blanco
cuello prendí un collar.
Que ruborosa la
encina aquella.
Con su ramaje
batía palmas,
mirando a
Arminta lucir tan bella,
y ver amándose
aquellas almas.
Bajo la encina
surgió un anhelo.
Bajo mi cuerpo
su cuerpo estaba.
Mientras la
encina se balanceaba,
su copa verde
miraba al cielo.
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